12 de septiembre de 2008

Limitaciones en los personajes

Diseñar un personaje es como cincelar un bloque de mármol. Cada vez que establecemos una característica concreta, renunciamos a otras. No diseñarlo (no pensarlo al menos un poco) hace que sus posibilidades sean infinitas y entonces, o bien el escritor termina ajustándose a algún esquema de personaje estándar (el científico loco, el perdedor borrachín, el alumno sabihondo, el músico rebelde, etc.) mil veces retratado y ridiculizado, o bien termina volviéndolo artificioso, y entonces cada acción que ejecuta el personaje parece artificial, poco creíble.

Diseñar es limitar. Y limitar es (irónicamente) dar entidad y autonomía al personaje. Supongamos, por ejemplo, que nuestro personaje Julio, que no tiene demasiadas características definidas o, mejor dicho, potencialmente las tiene casi todas a su disposición, debe visitar a Julia, su novia (Figura 1). Sólo sabemos que Julio es adolescente, que es varón, que tiene novia. Probablemente tomará un taxi y se bajará en la puerta del departamento de Julia. Fin de la historia.


Juguemos a limitar a Julio. Es adolescente, y por lo tanto decidimos que no tiene ingresos propios que le permitan tomar un taxi. De día estudia, por la tarde colabora con su padre en el negocio familiar, así que sólo le queda la posibilidad de ver a Julia una vez que se puso el sol. Nació en una familia de clase media-baja, y sus padres son estrictos (por lo tanto no aprueban que salga de noche, “para eso están los fines de semana”). Decidimos que Julio es un buen hijo (no quiere desobedecer a sus padres), pero también que es un obsesivo, por lo tanto decide contra viento y marea cumplir con la cita. Sabe que Julia lo espera.

Pongámoslo en acción. Julio discute con su madre, e intenta convencer a su padre para que le permita salir. No lo logra. Aparece el conflicto: ¿Qué hacer? ¿Obedecer al mandato paterno o al corazón? Si escapa, entonces deberá juntar monedas para el viaje en colectivo hasta el departamento de Julia. ¿Las conseguirá? ¿Irá caminando? Es de noche. Viajar de noche siempre tiene sus riesgos. Miremos a través de los ojos de Julio. Mientras camina, o espera en la parada de colectivos, o viaja en el vehículo, ve a otras personas. Algunas son extrañas, otras pueden ser familiares. Clientes de su padre, por ejemplo. ¿Le irán con el cuento?

Por un momento, pareciera que Julio nos dice qué piensa, qué quiere hacer y cómo quiere hacerlo. Es como si Julio eligiera en lugar de hacerlo el escritor. La realidad es que, con sus límites definidos, Julio puede ser fácilmente internalizado por el escritor. Y en la medida en que el escritor calibra y sopesa lo que hace su personaje, en función de su perfil psicológico, de cómo se dirige a otros, de sus tics, de sus antecedentes familiares, de sus taras, sus traumas, sus aficiones, etc., el personaje parece independizarse. Y ciertamente no puede hacer las cosas de cualquier manera, necesita a veces encontrar la vuelta, vencer barreras reales o psicológicas, decidir, oponerse a otros personajes o al entorno, esforzarse.




Estas pocas características limitantes que le dimos a Julio abren el juego a la “peripecia” (Figura 2). A veces, incluso, sólo se necesita un personaje y una misión (o un conflicto) para que el relato surja con espontaneidad, para que las acciones y los diálogos fluyan naturalmente, para que los lectores vean la carne del personaje donde sólo hay palabras.

1 comentario:

Claudia Naveiras dijo...

Hola, Alejandro: como no hay donde escribirte, podrás habilitar el link para seguir el blog? Gracias! Clay