16 de agosto de 2009

Universos leves

Esta reseña de Pájaros en la boca de Samanta Schweblin fue publicada en Axxón a mediados de Julio de 2009. La traigo a colación porque es una manera de crear universos que he visto en muchos escritores argentinos que visitan de tanto en tanto el género fantástico.

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Hace poco más de un año, Elsa Drucaroff publicaba en Axxón n°186 un análisis de la figura y de algunas particularidades en la obra de Samanta Schweblin, con foco en el cuento “Hacia la alegre civilización de la capital” (en El núcleo del disturbio. Editorial Destino, Buenos Aires, 2002). Este extenso trabajo de acercamiento a la autora y de contextualización me exime de la tarea de ahondar más. Sólo agregar que el libro de Schweblin ganador de la edición 2008 del premio Casa de las Américas, cuyo título fuera La furia de las pestes, terminó transformándose para la edición de Emecé en Pájaros en la boca, y es la obra que nos ocupa.

Título: Pájaros en la boca
Autor: Samanta Schweblin
Editorial: Emecé
Buenos Aires, 2009


El volumen está compuesto por quince cuentos, muchos de los cuales fueron apareciendo en páginas Web, diarios (como por ejemplo Perfil, revistas (por ejemplo Mil mamuts) y antologías (como La joven guardia. Grupo Editorial Norma, Buenos Aires, 2005).

Es interesante detenerse en los universos narrativos que la autora despliega en una decena o poco más de páginas, que es la extensión en promedio de sus relatos. No son universos altamente estructurados, como los que podríamos esperar de un autor de género (ciencia ficción o fantasía). Pongamos por caso Ted Chiang, en los relatos de La historia de tu vida, o el mismo Bioy Casares con cuentos como “El calamar opta por su tinta”, “La trama celeste” o incluso La invención de Morel. En todos estos casos hay un esfuerzo por dotar de consistencia ese universo narrativo. Y aquí no me refiero a darle verosimilitud o credibilidad, sino a echar mano de mecanismos de justificación y naturalización de esos universos, que terminan haciéndolos tangibles.

Un poco más cerca de la tradición de Julio Cortázar —compartida por varios de sus contemporáneos, como Pedro Mairal en algunos de sus cuentos—, Schweblin elige delinear universos leves, anclados en el surrealismo. Esto no significa que las historias sean leves. Schweblin consigue que rápidamente el lector ingrese en la historia y lo lleva, como en una montaña rusa, a través de las preocupaciones y vicisitudes de los protagonistas. No se trata aquí de personajes comunes que enfrentan (en el sentido de oposición y lucha) situaciones kafkianas o fantásticas. El nivel de contraste es mínimo, y es el lector quien acusa el efecto. En la mayoría de los casos, los personajes son atrapados por estas realidades alteradas o alienantes, o se embarcan en proyectos fuera de la lógica que nos es familiar. Estos personajes aceptan o se adaptan a esta lógica onírica, e intentan resolver los eventuales conflictos partiendo desde esa base.

Las situaciones que Schweblin presenta en sus relatos son siempre frescas. En cierto punto, adictivas. En buena parte de los cuentos, la sorpresa es reemplazada por la originalidad del punto de partida. A menudo el lector descubre, incluso tempranamente, hacia dónde se dirige el relato, pero —como en la montaña rusa— lo interesante es la experiencia del viaje.

Y esas experiencias son variadas: desde el surrealismo poético e inquietante de “Mariposas”, a las situaciones perturbadoras y viscerales de “Irman” o “Pájaros en la boca”, pasando por derroteros un poco más elaborados, como los de “Mi hermano Walter”, “La medida de las cosas” o “Conservas” (es interesante comparar estos dos últimos relatos con El año del desierto, de Pedro Mairal, o Ensayo sobre la ceguera de José Saramago, o incluso “El curioso caso de Benjamín Button”, de F. Scott Fitzgerald, y observar el tratamiento del fenómeno de la regresión). El factor común de los quince cuentos, y acaso el logro de Schweblin, es que en estos viajes a través de estas realidades alteradas se consigue iluminar algunos rincones del alma humana: rincones sombríos e inquietantes, donde la violencia y la capacidad de adaptación parecen estar a gusto.

Alejandro Alonso, para Axxón.

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